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El  palomar de las cartas


o


Miguel Hernández y Josefina Manresa


vistos por


Maracaibo Teatro


de

Antonio González Beltrán


Escudriñar en las vidas de Miguel y Josefina es una experiencia sublime, pero muy dolorosa. Es contemplar ante ti, espectador impotente de la tragedia provocada, un desenlace inevitable, porque así lo quisieron las hordas fascistas de la incivil Guerra de España y lo permitieron los aliados de la Segunda Guerra Mundial.

Ver cómo se acerca el fatídico fin del personaje es dejarte atado a tu butaca de teatro, porque no puedes saltar a escena y detener la acción, cambiarla, para devolvernos a ese Miguel amoroso, juvenil, tierno, fuerte, entusiasta y justo, que también aparece en el espectáculo y nos muestra especialmente a un Miguel Hernández lleno de esperanza, de alegría y de libertad.

Lo novedoso de la propuesta de Maracaibo Teatro es que parten de la figura de Josefina Manresa, que conversa con el poeta después de su muerte, en un juego onírico guiado por un personaje mágico, una especie de duende omnipresente que lo domina todo, incluso la actuación en escena de dos músicos.

Precisamente, la presencia del personaje-duende y la ejecución en directo de esos músicos le dan a la puesta en escena un marcado carácter distanciador, incluso brechtiano,  que se ve equilibrado por la ensoñación y los aspectos trágicos, que en algún momento están muy cerca de lo que Antonin Artaud llamaba “El teatro de la crueldad”; para entendernos: un teatro que llama a nuestra conciencia, por un lado, y visceral y riguroso, por otro.

El poema que da título al espectáculo, evoca el sin fin de correspondencia escrita por Miguel para Josefina y que conforma el grueso del texto, aunque, claro, hay poemas dichos y poemas cantados, ambos en directo, aunque también hay algún pequeño texto dicho en off. Cristina Maciá, que también ella introduce algún texto suyo, ha seleccionado y adaptado, además, algunos fragmentos del libro de Josefina Manresa Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández.

Las interpretaciones de Cristina Maciá (Josefina Manresa) y Xavi Rico (Miguel Hernández) llegan al público con la retención y emotividad necesarias, justas. Son creíbles y atrapan, tanto en los momentos cómicos –que los hay-, como en los trágicos. Cristina añade a su talento de actriz su condición de bailarina, lo que le agrega un plus al espectáculo. Xavi Rico es un sólido actor con una larga trayectoria, que, en este caso, imprime a su personaje un sello particular de contención y mesura. Juan Carlos García, el “ duende”, es un actor versátil que le imprime buen ritmo al espectáculo.

Los músicos Javier Baeza, también cantante de los poemas, y David Herrington, siempre en escena, con Ángel Alfosea en los arreglos, dan su versión particular de las hermosas canciones compuestas por Jorge Gavaldá.

La iluminación de Juanjo Llorens, llena de poesía y de eficacia, y la escenografía móvil de Wenceslao Pérez, pero sobre todo ese potente árbol con el que volvimos todos “a mi huerto y a mi higuera”.

Cristina Maciá sabe siempre rodearse un buen equipo, que le permite dirigir el espectáculo con su maestría habitual, llenándolo de imágenes que parten de lo cotidiano a lo sublime.

No puedo terminar esta crónica sin hacer mención de mi personal inmersión en el mundo vital y poético de Miguel Hernández, junto a la propia Cristina Maciá, a José Manuel Garzón, Hebe Rosell –luego Mayge Torrent-, en la búsqueda de textos y en la interpretación, para aquel montaje de La Carátula que titulamos Imagen de tu huella, cuyo soporte musical fueron las partituras de Jorge Gavaldá; la escenografía e iluminación de Nazario González, y donde contamos con la extraordinaria colaboración de nuestro querido Paco Rabal, que puso su voz a distintos textos y poemas. Un espectáculo que sirvió para conmemorar el cincuentenario de la muerte del poeta en 1992 y que empezaba como termina este hermoso y emocionante Palomar de las cartas:


Quise ser... ¿Para qué? ...Quise llegar gozoso

al centro de la esfera de todo lo que existe.

Quise llevar la risa como lo más hermoso.

He muerto sonriendo serenamente triste.